
En el siglo XIX un gran maestro tenía un discípulo particularmente obtuso. El maestro le enseñaba una y otra vez, tratando de introducirlo a la naturaleza de su mente, sin resultado. Finalmente, un día se enfureció y le dijo:
– Mira, quiero que lleves este saco de cebada hasta la cumbre de aquella montaña de allí. Pero no has de pararte a descansar. Sigue adelante sin detenerte hasta que llegues a la cima.
El discípulo era un hombre simple, pero profesaba a su maestro una gran devoción y una confianza inquebrantables, de modo que hizo exactamente lo que le había pedido. El saco pesaba mucho.
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Lo recogió y hecho a andar cuesta arriba, sin atreverse a parar. Así anduvo y anduvo. Y el saco se volvía cada vez más pesado. Tardó mucho tiempo en llegar a la cima. Cuando por fin la alcanzo, soltó el saco y se tumbó en el suelo, vencido por el cansancio, pero profundamente relajado. Sintió en la cara el aire fresco de la montaña. Todas sus resistencias se habían disuelto y , con ellas, su mente ordinaria. Todo parecía haberse detenido. En ese preciso instante, realizó de repente la naturaleza de su mente.
– ¡Ah! Así que era esto lo que mi maestro intentaba mostrarme durante todo este tiempo -se dijo.
Echó a correr montaña abajo y, en contra de todas las normas habituales, irrumpió en la habitación de su maestro.
– Creo que ya lo he captado…. ¡Lo he captado, de veras!
– Así que has tenido una excursión interesante, ¿eh? – le dijo el maestro sonriendo con aire comprensivo-.
(de “El libro Tibetano de la vida y de la muerte” de Soygal Rimpoché)
FRASE PARA ACOMPAÑARTE EN LA SEMANA:
“Sólo tan alto como alcanzo
puedo crecer.
Sólo tan lejos como exploro,
puedo llegar.
Sólo en la profundidad en la que miro,
puedo ver.
Sólo en la medida en la que sueño,
puedo ser”
(Karen Ravn)